Sofía seguía descansando. Era muy temprano y encima estaba roncando. Respirar
con dificultades mientras se duerme también es cosa de solteras hermosas. En
cambio el caballo se había metido en el arroyo. Y Astor no estaba. Un sonido
extraño llegaba desde algún lado. El aleteo de una cosa recortaba el silencio del campo.
No cesaba. El cielo azulado auguraba un día precioso, al menos en lo que
concernía al estado del tiempo. Con las manos en los bolsillos me acercaba al
caballo. Al llegar a la orilla expulsaba un escupitajo. La saliva comenzaba a
distanciarse con la lenta corriente del arroyo. Mis zapatillas se estaban
embarrando. Me importaba un carajo, había cruzado el arroyo en dos ocasiones y mi
calzoncillo estaba todo empapado. En esos instantes oía un maullido. Y luego
otro. La voz felina provenía del mismo sitio desde donde seguía arribando el sonido
extraño. Curiosamente el drone abandonado en el poste del alambrado se había ausentado.