—
¿Dijiste que cortan pasto para almacenar? —le preguntaba a Sofía, sin quitar la
mirada de la temible tropa de insectos que nos sitiaba.
—
Sí, y no sólo eso, se lo llevan a unos hongos subterráneos que luego lo
procesan para elaborar alimentos.
Por la fuerza de las ideas, mi cabeza se inclinaba. Afortunadamente había pasto por
toda la superficie cercada. Un trébol de tres hojas me recordaba que nunca hay
que perder las esperanzas. Entonces me arrodillaba. Con las manos temblorosas cogía un
puñado de hierbas extrañas. Sofía me observaba, pero no decía nada, simplemente
se arrodillaba para indagarme, preocupada:
—
¿Estás pensando lo mismo?