La
corona de insectos se estaba desarmando. Tan pronto como un rayo escapábamos de
su asedio. El caballo esperaba por nosotros a unos cien metros. Corríamos, pero
la hormiga reina seguía nuestros movimientos. En esos instantes de absoluto desasosiego reaparecía Erchudichu para escoltarnos cual granadero.