Manoteando
las malezas, subía al puente. Con la mirada puesta en el horizonte podía
avistar la presencia de un objeto, desplazándose en mi dirección por el mismo
camino polvoriento que nos había aislado de los seres foráneos. Su color era
grisáceo, tenía el tamaño de un colectivo. No tocaba la superficie terrestre.
Lejos estaba de parecerse a una nave extraterrestre. Necesitaba tomar una
decisión urgente. Sofía y el gato seguían echados en el pasto, sin embargo el
potro pastaba a la intemperie. Si los aparatos malvados habían acabado con las pájaros,
¿imaginen lo poco afables que podían ser con los caballos? Teníamos que
ocultarnos. El puente podía servirnos de resguardo. Sin perder más tiempo
comenzaba a descender por el terraplén, en dirección al arroyo, rogando en mi
interior que nuestro caballo no impusiera resistencia. Si ese objeto volador estaba
ocupado por criaturas alienígenas, nuestro final estaba cerca. El tiempo era
límite. Muy lejos estaba de mi entrega.