—No
nos puede estar pasando esto —me lamentaba, aferrado al pelaje grueso que
cubría la parte superior de su cuello.
—Tenemos
que darle tiempo, Milo, sino lo asustaremos y no escaparemos.
—Este
caballo es como Ringo, el púgil de Parque Patricios: ¡hace lo que quiere,
cuando quiere!
La
sombra nefasta seguía avanzando, como un boxeador agresivo con un único
objetivo: reducirnos a cenizas.