—Creo
que deberíamos abandonarlo —sugería yo mientras el gato arañaba mi espalda.
—
¿Quién ese ese chico?
—
¿Qué chico?
—El
mismo que avanza a nuestras espaldas.
Con
el brazo tembloroso señalaba al indiecito. Ya no llevaba el arco, menos aún las
flechas, en su reemplazo alzaba las manos en dirección a la sombra nefasta, tal
vez imponiendo resistencia. En esos instantes de pavoroso desconcierto Ringo
comenzaba a dar vueltas alrededor de la cápsula, como una calesita. No se
detenía. Por cierto sentía nauseas.