domingo, 3 de abril de 2016

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #121)


Cinco metros, cuatro, la sombra maléfica confundía su negrura extraña con la sombra del puente, en un tozudo deseo de refugio, o tal vez para incinerarnos. Estábamos amedrentados, pero ya montados a caballo. A mis espaldas estaban Sofía y el gato. La tensa mirada del potro me estaba alarmando. Claramente era una muerte espantosa. La sombra nefasta quería reducirnos a cenizas, estaba hambrienta. Más que una sombra parecía lava, entonces respiraba hondo y decidido a todo me inclinaba a las orejas del potro para susurrarle bien bajo: ¡a nuestra derecha! Sus orejas erguidas se inclinaban hacia atrás, como si persiguiera discernir aquello que le estaba ordenando. La llanura que bordeaba el arroyo nos ofrecía una escapatoria, obstaculizada por malezas y alambrados, pero ese caballo quería vivir, su mirada me lo había confesado poco antes de subir a su lomo sudoroso. Por esas cosas de la vida me sentía un jinete. Estábamos en presencia de un titán, con cuatro patas y una envidiable fuerza muscular, pero tan terco como un asno, porque en lugar de alejarnos nos llevaba a la sombra. Tan desesperado estaba que tironeaba de sus crines para ordenarle que detuviera la marcha. Milagrosamente acataba. Resoplaba. No alcanzaba, la sombra misteriosa avanzaba, dispuesta a fulminarnos. A uña de caballo teníamos que huir de aquel avispero. A metro y medio de nuestras narices un cardo solitario se hacía polvo. Era un horror, el caballo seguía resoplando pero no reaccionaba. De pronto relinchaba, cabeceando como un toro, la sombra macabra había arribado a sus cascos. No quiero exagerar pero en lo que dura un rayo escapábamos. El potro galopaba, asustado. Yo me agarraba tan fuerte a sus crines que me temblaban los brazos. No quería romperme los huesos. Por su parte Sofía se aferraba a mi cuerpo por la cintura. Percibía sus rasguños. También los arañazos del gato. Mi corazón latía muy rápido. Encima sentía dolor en los genitales. Ir al galope me estaba machacando los huevos. Me volteaba. Entre sus cabellos al viento había un montón de criaturas alienígenas, bajando del puente junto a varios seres vestidos con atuendos extraños. Parecían indios pero apenas lograba atisbarlos.