domingo, 17 de abril de 2016

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #124)


En el suelo había un palo del tamaño de un garrote. Necesitaba cogerlo para luego tantear si la envoltura esférica podía aprisionarme. El caballo relinchaba sin sosiego. Una misteriosa fuerza de atracción me quitaba el palo de las manos. Lo soltaba. Estaba vacilando. ¿Cómo podía hacer para perforar esa cosa sin que me capturase? La cápsula malparida quería tragarme. Volteando mi cuerpo tieso buscaba las respuestas que no hallaba. ¡Maldición, la sombra nefasta seguía avanzando en dirección a nosotros! No solía hacerlo pero me estaba comiendo las uñas. Podía montar el potro y escapar como un prófugo, sin embargo nuestro zángano rogaba protección, pese a que no hablaba, porque se movía sin cesar. Me apenaba verlo en ese estado de indefensión. Sin querer estaba pisando un hormiguero. Varias hormigas recorrían mis piernas sudadas. Picaban. Usando las manos perseguía espantarlas. Estaban llegando a mi entrepierna. Me bajaba el pantalón. En esos instantes de inquietante desesperación, reaparecía Erchudichu con su sonido de moscardón para sumirme en la más profunda confusión. Retrocedía, viendo como nuestro zángano descendía desde el cielo como un ángel salvador. Por cierto me había equivocado de aparato. Esperanzado, comenzaba a rascar mis genitales, siendo testigo del accionar de nuestro zángano, que con sus aspas delanteras se acercaba a la cápsula y le hacía tajos sin compasión. A ver si me explico: Erchudichu utilizaba sus aspas para perforar la cápsula. Extrañamente no se inmutaba. Su abertura ya era lo suficientemente grande como para permitir el paso de un brazo. Oía los maullidos del gato. También los ruegos de mi compañera, que desde el caballo no paraba de alertar: ¡atrás, atrás! Señalaba el puente con los brazos en alto. Frente a mis ojos estaba el caballo. Más allá de su musculatura el puente lejano, pero entre el puente y la sombra nefasta corrían seres extraños. ¡Qué desdichados, las criaturas alienígenas también venían por nosotros! Y metros atrás, unos seres con taparrabos. Mis ojos se estaban desorbitando. No sabía qué hacer, había entrado en un estado de shock. Ni saliva podía digerir. Las hormigas despiadadas volvían a invadir mis piernas torturadas. Al bajar la mirada advertía que mis pies estaban pisoteando otro hormiguero. Era más grande que el anterior. Los insectos picaban como picanas endemoniadas. Después de todo había destrozado su reino. Desesperado comenzaba a dar saltos. Mis torpes manotazos no prosperaban. Jamás en mi vida había batallado con pequeños enemigos tan bien organizados. Más que hormigas parecían termitas. Erchudichu seguía perforando la cápsula. ¡Viracocha, Viracocha!, se oía por todos lados. Las criaturas se aproximaban, acompañando la sombra nefasta.