La
sombra maldita no claudicaba en sus ambiciones nefastas, destruyendo todo a su
paso macabro. Nos habíamos distanciado unos doscientos metros pero aquella cosa
no admitía la derrota. El verde del pasto se ennegrecía con una ligereza
espeluznante. Para nuestro bienestar el caballo no se fatigaba. Probablemente
estaba más asustado que nosotros. Tenía la espantosa sensación de que un
tornado demoledor seguía nuestros movimientos, ansiando aniquilarnos. Los
alambrados volaban como pájaros. Voltear la cabeza te dejaba sin aliento.
¿Dónde estaba Erchudichu? Su paradero era un misterio. Urgía escapar de esa
sombra espantosa. Nuestro pájaro tecnológico podía volar bien alto y estaba a
salvo. Esquivando obstáculos, nos dirigíamos a una figura extraña en una zona
de la pampa donde no había nada, apenas una gramilla que más que pasto parecía
el alfombrado de una sala.