domingo, 17 de abril de 2016

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #125)



Cuánta impotencia, ni siquiera podía domeñar unos bichitos que creía insignificantes. Eso mismo me replanteaba, en la desolada y temida pampa. Erchudichu seguía cortando la cápsula. No podía parar de rascarme los genitales. Las hormigas carnívoras avanzaban por mis pantorrillas. Las aborrecía, esos infelices no eran insectos, o sí, pero habían evolucionado para saciar su apetito con carne humana. A los lejos podía avistar la presencia de cuatro criaturas alienígenas, dirigiéndose hacia nosotros por detrás de la sombra desgraciada. El otro zángano seguía encapsulado y el gato no maullaba, tan solo se limitaba a observar mis desesperados intentos de liberación de las temibles hormigas asesinas. Sorpresivamente, del otro lado de la cápsula, aparecía un niño. Por su aspecto era un indiecito. Tenía el cabello negro como la noche y la piel vistosa como el cobre, con ojos saltones, nariz aplanada y labios tan carnosos como los de un bagre. El inesperado chiquitín vestía un taparrabo pardo y una túnica sin mangas que combinaba con sus sandalias verdosas. Estupefacto, lo observaba, miedoso de que acortara distancia, en alerta constante, pero él contemplaba mis reacciones, quietito como un pinito, entre unas malezas que largamente superaban su metro y pico de estatura. Estaba incrédulo: aquel niño sonreía, tal vez motivado por mi picazón horripilante.